35 Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? 36 Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? 37 Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. 38 Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró. (Juan 9:35-38). En el capítulo 9 vemos que Jesús y los discípulos, al salir del templo, se encontraron con un hombre ciego de nacimiento. Con el fin de manifestar el nombre de Dios por medio de él, Jesús lo sanó en día de reposo. Este hecho, en lugar de provocar gozo y regocijo en todos los allí presentes, causó enfado a los fariseos. Éstos, en lugar de pensar “Si Jesús hace milagros es porque es Hijo de Dios, por tanto, Su testimonio es real”, sin embargo, pensaron “si Jesús fuera Hijo de Dios guardaría el día de reposo, por tanto, Su testimonio no es real”, rechazando así la manifestación del poder de Dios.
Ahora bien, una vez que el ciego fue sanado dio su testimonio a todo aquel que le preguntaba por cómo había sido sanado, incluyendo a los fariseos, que no le creyeron. Por este motivo, fue expulsado de la sinagoga. Jesús, al darse cuenta de la situación, se acercó a él para darle salvación. Pues, aunque, el hombre había sido sanado y sabía que Jesús era “profeta”, aún no le había sido revelado que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.
Volviendo al pasaje, vemos aquí una acción de necesidad en el que era ciego, esa necesidad de “creer”, ya que cuando Jesús le preguntó si cree en el Hijo de Dios éste le respondió con otra pregunta ¿Quién es, Señor, para que crea en él? (otras versiones como la NTV dicen “¿Quién es, Señor –contestó el hombre- quiero creer en Él).
El verbo “creer” en griego es “pisteúo” que significa tener fe (cuyo sustantivo es “pistis”). Por otra parte, también procede del latín “credere” que significa “poner en confianza en o poner el corazón en”. Es decir, el hombre le estaba diciendo a Jesús, quiero poner mi corazón en Él!
Cuando la Luz nos es manifestada dejemos que, por medio de la revelación y convicción del Espíritu Santo, entre a morar en nosotros. Que el Señor quite toda dureza de nuestros corazones y podamos ser sensibles a Su palabra.
Tengamos siempre presente que Jesús es la Luz del mundo y que el Padre lo envió para que el mundo sea salvo por medio de Él (Jn 3:17). Nosotros, pues, éramos “ciegos” y muertos espirituales porque andábamos en oscuridad (como dijo Pablo a los efesios en el capítulo 2:1 que estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados”) mas ahora, desde el momento en que nos fue revelado la salvación y dijimos “creemos en ti” pasamos de tinieblas a luz.
Hermanos cuando la luz, por medio de su increíble gracia, nos ha sido revelada, debemos procurad andar en obediencia, sabiendo que Su venida está cerca. Él viene a por una iglesia santa, sin mancha, sin arruga (Ef. 5:27). Por eso debemos procurar con diligencia buscar Su presencia, velando y orando en todo tiempo, así como, manteniendo una comunión santa con los hermanos.
Confesemos al mundo lo que Jesús hizo por nosotros para que Su palabra llegue a otros por medio de nosotros, seamos instrumentos útiles para el Señor. Asimismo, que nos siga dando sabiduría, discernimiento y entendimiento para poder perseverar y seguirle como Él nos manda. Aunque vivamos en tiempos difíciles, Él no nos abandona, pues escrito está “estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Cuando el venga, podamos decir henos aquí Señor! Amén.